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25 N Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer
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El silencio que todavía grita – 25N

El 25 de noviembre honra a las hermanas Mirabal y llama a transformar la memoria en compromiso diario contra la violencia de género.

Cada 25 de noviembre se tiñen las calles de mensajes violetas, de pancartas que reclaman justicia y de voces que rompen el silencio. Es un día necesario, sí, pero también incómodo. No porque duela recordar a las mujeres asesinadas, que también, sino porque nos invita a reconocer cuánto hemos avanzado y cuánto nos queda por hacer para cerrar una herida social que sigue abierta.

Como mujer, comunicadora y dominicana, no puedo escribir sobre esta fecha desde la distancia. Nací en una tierra donde tres hermanas: Patria, Minerva y María Teresa—las Mirabal— se convirtieron en símbolo de resistencia frente a la dictadura de Trujillo. Ellas no imaginaron que su valentía marcaría para siempre el calendario mundial. Desde pequeña, escuchaba a mi abuela, a mi madre y a mis tías contar cómo ocurrió aquella masacre. El 25 de noviembre de 1960, las hermanas Mirabal fueron asesinadas brutalmente a palos y puñaladas. Meses antes, Minerva y María Teresa habían sido juzgadas en Santo Domingo, junto con sus maridos, bajo la acusación de “atentar contra la seguridad del estado dominicano”. Ambas fueron declaradas culpables y condenadas a tres años de prisión, pero fueron liberadas solo tres meses después, mientras que sus esposos permanecieron tras las rejas. La razón de esa liberación parcial se reveló trágicamente aquel 25 de noviembre: las emboscaron y mataron a las tres mujeres. Minerva tenía 26 años, Patria 30 y María Teresa 36.

Años después, cuando leí “La fiesta del chivo” de Mario Vargas Llosa, finalmente interioricé todo aquello que había escuchado y aprendido en casa y en las aulas de mi tierra natal. Ese conocimiento no es solo memoria; es el recordatorio de que la violencia contra las mujeres deja cicatrices profundas, pero también de que la resistencia puede trascender generaciones.

Con los años he comprendido que no basta con recordar, ni con colgar lazos o repetir consignas. La violencia contra las mujeres se combate cada día, en los hogares, en las aulas, en los medios, en los espacios donde se forman las ideas. Se combate con educación emocional, con referentes positivos, con políticas que vayan más allá del gesto simbólico. Se combate, sobre todo, con coherencia.

He conocido mujeres que sobrevivieron a la violencia y que hoy transforman su dolor en acción. Ellas me han enseñado que la verdadera reparación comienza cuando una mujer recupera su voz. No se trata solo de “superar” lo vivido, sino de comprender que el silencio no puede ser refugio. De ahí nace mi compromiso, desde mi trabajo, con programas, conferencias y espacios que buscan despertar conciencia, principalmente, en los más jóvenes. Porque la igualdad no se decreta: se educa, se respira, se practica.

Hay algo que me preocupa especialmente y es la normalización de ciertas violencias que se camuflan bajo la apariencia del amor o la libertad. El control disfrazado de cuidado, los celos que se justifican como pasión, los chistes que degradan, las canciones que romantizan la sumisión. Todo eso forma parte de un sistema cultural que sigue enseñando a las mujeres a justificarse y a los hombres a sentirse dueños de los afectos. Y ese sistema, aunque cambie de tono, continúa vigente.

También los medios de comunicación, entre los que me incluyo, tenemos una gran responsabilidad. No podemos hablar de igualdad si seguimos mostrando a la mujer como adorno o víctima, sin matices. La mujer no es solo la que sufre, también es la que crea, la que emprende, la que lidera. Debemos narrar sus historias desde la fuerza, no desde la lástima. Cambiar el relato es parte del cambio social.

Viviendo en España, he visto distintas caras del mismo problema. En muchos lugares de Latinoamérica, la violencia contra las mujeres se perpetúa en la pobreza y la falta de oportunidades. Aquí, aunque existan leyes avanzadas, siguen existiendo prejuicios y estructuras que frenan la igualdad real. Es distinto el escenario, pero el origen es el mismo: una cultura patriarcal que no termina de soltar el poder. 

Y, sin embargo, creo en la transformación. La he visto en muchas mujeres que hoy ocupan espacios que antes eran impensables, que se atreven a hablar, a denunciar, a decidir. La he visto en los jóvenes que comienzan a cuestionar los modelos heredados, en los hombres que se reconocen parte de la solución y no del problema. La he visto en la educación emocional que empieza a abrir camino en las aulas.

Cada vez que me siento frente a un grupo de chicas y chicos a hablar de igualdad, les digo lo mismo: no vengo a hablarles de feminismo como ideología, sino de respeto como valor humano. Porque la igualdad no es una guerra de géneros, sino una conquista de justicia. Lo contrario de la violencia no es la indiferencia, es la empatía. Y eso, aunque parezca pequeño, cambia el mundo.

El 25 de noviembre no es solo una fecha de duelo. Es una llamada a la acción, a revisar lo que hacemos cada día en nuestras casas, en nuestras redes, en nuestras relaciones. A preguntarnos qué mensajes transmitimos, qué actitudes toleramos, qué silencios seguimos guardando. Es, sin duda, una oportunidad para mirarnos dentro y tomar conciencia.

Porque ese despertar interior —el que tanto me inspira y me mueve— comienza cuando entendemos que la igualdad no es un discurso de mujeres, sino un proyecto de humanidad.

Por María Piña

 

 

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