Desde muy pequeñas, a muchas nos enseñaron que la menstruación debía esconderse. Que no se diga en voz alta. Que se hable en clave: "esos días", "el problema", "está mala", "anda con la regla". Y junto con esa forma vergonzante de nombrarla, también aprendimos a disimular el dolor, la incomodidad y hasta la tristeza que muchas veces acompaña nuestro ciclo.
¿Cuándo fue la última vez que, estando menstruando, dijiste simplemente "no puedo hoy, necesito parar"? ¿Cuántas veces nos obligamos a rendir igual, a cuidar igual, a sonreír igual, mientras por dentro el cuerpo pedía descanso y la mente gritaba silencio?
La sociedad nos ha enseñado a funcionar en línea recta: productividad, rendimiento, constancia. Pero nosotras no somos rectas. Somos cíclicas. Y esa ciclicidad es parte de nuestro poder, aunque nos la hayan pintado como una debilidad.
Durante siglos, la menstruación ha sido vista como algo sucio, incómodo, irracional, molesto. Un proceso natural convertido en tabú. A muchas aún nos cuesta hablar de ello abiertamente, incluso entre mujeres. Nos da vergüenza si se nota una mancha, si alguien escucha el sonido del envoltorio de una compresa, si tenemos que ir al baño más veces de lo normal.
Y lo más triste: nos hemos acostumbrado a vivirlo en silencio. A soportar en lugar de sostenernos. A no parar. A no escucharnos. Mi hija tiene trece años y las primeras veces de la regla, no quería hablarlo casi que ni conmigo. Le he dicho: “Hello, nena”, que es normal, que tienes un cuerpo y que tienes un ciclo y tienes que vivirlo. Y todo lo que te pase con esto es perfectamente normal y tienes que verlo normal. Tenemos que ponernos una compresa porque la necesitamos y tenemos que comprarla, porque si no, ¿qué hacemos? No nos puede avergonzar esto. Es verdad que también aquí hemos avanzado. Yo estuve hace a principios de año en un congreso sobre igualdad y había una chica que conocí de Sevilla, que trataba el tema de la menopausia y el tema de la regla como algo natural. Y también enseñaba en coles a que las chicas y los chicos también lo vean como algo natural y esto me encantó. En el artículo de la semana pasada tocábamos el tema de la menopausia, que no hablábamos ni siquiera con nuestras parejas. Y eso tenemos que hacerlo. Tienen que conocer lo que nos pasa, tienen que conocer cómo nos sentimos para que nos puedan apoyar y nos puedan comprender.
Pero menstruar es mucho más que sangrar. Es un momento del ciclo donde nuestro cuerpo pide bajada, introspección, recogimiento. Nos volvemos más sensibles, sí, pero también más intuitivas. Más conectadas con lo profundo. Es una invitación biológica al autocuidado.
En muchas culturas ancestrales, la menstruación era vista como un tiempo sagrado. Las mujeres se retiraban juntas, se cuidaban entre sí, se permitían el descanso. Hoy, en cambio, se nos exige estar disponibles todo el tiempo. En el trabajo, en casa, en lo emocional. Y si durante esos días estamos irritables, nos llaman exageradas. Si nos duele, nos dicen que aguantemos. Si nos sentimos vulnerables, nos acusan de “andar hormonales”.
La desconexión con nuestro ciclo también desconecta nuestro poder. Porque en ese ritmo interno hay una sabiduría que hemos olvidado. Saber en qué fase estás, cómo afecta a tu energía, a tu estado de ánimo, a tu productividad… no es debilidad: es autoconocimiento.
Este no es solo un tema biológico. Es también político, emocional y espiritual. Es una conversación que necesitamos tener sin miedo, sin filtros, sin vergüenza.
Y no, no se trata de romantizar el dolor ni de victimizarse. Se trata de abrir un espacio de respeto y conciencia. De no forzarnos a ser lineales cuando nuestro cuerpo es cíclico. De permitirnos parar cuando lo necesitamos. De enseñarle a nuestras hijas que no deben esconderse. Y a nuestros hijos, que acompañar con respeto también es educar, también es amor.
Es hora de romper el silencio. De hablar de la menstruación como lo que es: una parte viva de nosotras. Y de reclamar el derecho a vivirla sin culpa, sin presión, sin juicio.
Porque esos días también somos nosotras. Y merecemos habitarlos con amor.
Un fuerte abrazo mi querida Eva, gracias por ser, gracias por estar.
María Piña