Reza Emilio Juma. Mi llegada a Irán. Un viaje a mis orígenes (2 de 2)

Cultura Visto: 5445
Imagen
Subtítulo
Video
Colaboran
Código
+ Información

WIMG 7989[A mí me ocurría algo similar. Nací en Canadá en una familia secular y laica pero sabíamos de orígenes lejanos que nos vinculaba a Irán, sobre todo por nuestra fisonomía. Nuestros antepasados practicaban una rama del chiismo y eran denominados como ismaelitas o mejor conocido como hashashin o “asesinos”. Sí, efectivamente, los mismos que hemos visto en el videojuego y posteriormente la película “Assassin´s Creed”. Prefiero no comentar sobre la ridícula representación hollywoodtesca de mis antepasados. Pero es verdad que esta gente tuvo sus orígenes en las fortalezas en las montañas de Siria e Irán, en particular en Alamut, para esconderse de la mayoría suní quienes los perseguían. Sin embargo, fueron los mongoles quienes acabaron con ellos casi por completo y los pocos que sobrevivieron tuvieron que emigrarse hacia el este donde crearon asentamientos principalmente en Tayikistán, Afganistán, Pakistán y Rajastán en la India, región de donde proceden los gitanos. Y entre ese mestizaje se encuentran nuestros orígenes, perdidos para siempre.]

Hubo un sentir extraño cuando llegué a Irán porque sentía una fuerte vinculación con su gente, sin embargo, sin saber el idioma junto con mi gran desconocimiento de sus costumbres y comida era imposible quitarme la etiqueta de “extranjero” que tanto deseaba eliminar. Me recogió el conductor, Babak, un joven que me insistía en llamarme “compadre” y me invitó a comer para que conociera algunos exquisitos platos de la fina gastronomía persa. Desde un principio, me sorprendieron las finas costumbres de la gente en todos los rangos de la sociedad, a pesar del rango socio-económico de cada uno. Todos echaban azafrán, un producto con más valor que el oro en su peso, a sus postres incluso a sus palos de azúcar cristalizado para endulzar sus tés llenos de especias exóticas como cardamomo, clavo y estrellas de anís. Y en todos los lugares colocaban pétalos de rosas a su agua y té para añadir más finura al asunto.

Mi guía Said, se presentó al día siguiente en el desayuno. Lo primero que le salió de la boca era “Shirazi?”. Aparentemente yo tenía rasgos típicos de Shiraz y la provincia de Fars, pero al contestarlo en castellano sabía que había algo raro y que no cuadraba. Por ser ateo y no hablar el idioma daba por hecho de que no iba a entrar en ninguna mezquita, tema que me preocupaba desde el comienzo del viaje y que expresé a Said. Simplemente sonrió y me dio una palmada en la espalda. El persa siempre ha tenido fama por su ingeniosidad y, sobre todo, paciencia. En el fondo es una gente de pocas palabras y toman su tiempo antes de hablar con cada palabra perfectamente calculada con gran precisión como si cada frase fuera una intrínseca poema.

Las ciudades resultan mucho más limpias que la mayoría de las ciudades europeas. En las calles se ve una elegancia y sofisticación desde su manera de comer, beber, hablar, bailar, cantar e incluso recitar poesía. Todas las ciudades iraníes tienen escondidos entre sus callejuelas enormes jardines que aparecen de la nada. Cada uno con un gran estanque de agua cristalina donde crecen flores acuáticas, nadan cisnes y trinan los ruiseñores. Las rosas que rodean los estanques embriagan con su aroma y la luz del sol ilumina los arrayanes. Para los persas, los jardines representan una armonía geométrica en donde destila un sentir de espiritualidad al recordar el mismo paraíso de Alá. wIMG 8627
Uno repara en que “Las Mil y una noches” no fue ninguna exageración sino una descripción exacta de las maravillas de las ciudades persas. Si me permitís, en los siguientes párrafos dejaré algunos fragmentos de mi novela “Lágrimas de arena” con la intención de que podáis saborear una pizca de las esplendideces que tuve la fortuna de observar en Persia. En este fragmento, en concreto, me inspiré en la bella ciudad de Shiraz con la intención de captar algo de la divina estética de algunas ciudades iraníes.

“Había una magia sobre Shiraz, que emitía su propia luz específica que era clara pero suave, y que se posaba suavemente sobre camas de rosas en toda la ciudad. Las antiguas baldosas de cristal utilizadas para adornar la ciudad fueron inspiradas en sus propios elementos; turquesa del cielo, verde de los árboles de primavera, amarillo del sol y marrón de la tierra… La ciudad era un auténtico hálito de ensueño que se coronaba por un deslumbrante mar de minaretes revestidos de azulejos de colores hipnóticos que oscilaban entre el azul, el verde, el cobalto y el turquesa. Lucía con orgullo sus panzudas cúpulas vidriadas, sus mausoleos de adobe y sus mezquitas recubiertas de azulejos y rematadas por altivos minaretes de colores celestiales y diseños que mostraban toda la fineza y suntuosidad del arte islámico persa. La estética de la ciudad era legendaria.”

Dentro del país hay una importante población de judíos, zoroastrianos, baháís, judíos, sunís y cristianos, principalmente armenios y todos conviven en paz sin ninguna confrontación y todos gozan de los mismos derechos civiles. Debido a su historia milenaria y grandes extensiones conviven variedad de etnias, entre armenios, azeríes, kurdos, árabes, turcomanos, asirios y judíos, afganos y todos han apartado sus diferencias ancestrales y se sienten iraníes, creen ferozmente en su patria y lo defenderían ante cualquier amenaza, cosa muy evidente en su historia. Los judíos que conocí, seguramente llevan desde tiempos bíblicos en tierra iraní, reiteraron que se sienten protegidos y agradecidos con Irán y su gobierno y no dudan en decir que, en caso de guerra, su lealtad es con Irán no con Israel. Es imposible distinguir entre las varias etnias y religiones, todas siguen las mismas costumbres y hablan farsi y todos destacan por su amabilidad y, sobre todo, hospitalidad.

En las tiendas de las ciudades iraníes ofrecen a los visitantes agua, té o frutos secos o todos los visitantes, no con el objetivo de vender, sino forma parte de una costumbre milenaria de hospitalidad persa. Nadie intentaba vender o hacernos sentir incómodos, y si nos interesaba algún producto era nuestra tarea de demostrárselo al vendedor y desde luego era mal visto el regateo de que practican la mayoría de occidentales cuando viajan al extranjero. Y si el comprador no le interesaba un producto o el precio y vendedor sonreía sin ninguna insistencia y volvía a ofrecerles un agua de rosas con un trozo de masghati, un dulce trasparente y suave aromatizado con esencia de rosas y azafrán, compuesto de pistachos triturados, almendras y cardamomo como forma de despedirse. Con toda confianza os aseguro que la generosidad persa es insólita y que jamás se verá en otro país. El persa toma muy en serio estas costumbres y también es importante mantener prácticas de sofisticación.

“Un delgado haz de luz se filtró a través de un agujero de forma octogonal en el techo abovedado del bazar de alfombras en Shiraz. Perforó el polvo y la oscuridad para caer en el pasillo central. A cada lado, las alfombras, joyas tejidas con finos hilos de seda y lana, colgaban de las cuerdas que bordean el pasillo. Juntos crearon un mosaico compuesto de finos colores y patrones de sus tejedores. El bazar en sí era una obra de arte con techos abovedados que se extendían por intrincados ladrillos y pequeñas callejuelas que terminaban en un patio amurallado. Dentro del patio dimos un vistazo de la vida persa como malabaristas, luchadores, cuentacuentos y acróbatas, todos mostraron sus oficios.”

WIMG 8683Cuando llegamos a la primera mezquita no esperaba mucho y daba por hecho no poder acceder sus escondidos encantos. A mi sorpresa, fueron los mismos imanes con sus vestimentos tradicionales y rosario en la mano quienes salían para invitar a los turistas europeos a entrar y conocer estos fascinantes lugares de oración. Los imanes era gente abierta, alegre y muy culta en lo referente a temas globales, historia y política. No se oponían a ninguna petición y nunca nos pedían a los turistas, ni a hombre ni a mujeres, que nos que nos vistiéramos de una manera diferente a que estamos acostumbrados. Dentro de las mezquitas los fieles nos sonreían con el mayor respeto, orgullosos por ver nuestras caras plasmadas por la preciosa arquitectura. A diferencia de los suníes, los chiitas invitaban a todos, fieles y no fieles a entrar en sus mezquitas. Entre todas las maravillosas mezquitas que vi intenté resumir un poco de cada una en este fragmento…

“La mezquita se jactaba de un gran patio con una estructura central cúbica cargada de azulejos intrincados e inscripciones coránicas, y minaretes dorados. Lo más impresionante fue el interior forrado con millones de pequeños y brillantes fragmentos de espejo y colgados con candelabros. La luz del sol fluía a través de las ventanas decoradas, pintando patrones caleidoscópicos en las columnas de soporte. Las imágenes combinadas de los pisos alfombrados, azulejos coloridos y arcos y pilares geométricamente sublimes eran asombrosas para la vista.”

Sin querer entrar en la política y mordiéndome la lengua hasta el punto de sangrar, la única intención de este artículo es arrojar alguna luz sobre la realidad de Irán y dejar que viajéis por sus la tierras mágicas con la intención de que saboreéis un trozo de la hermosura de esta extraordinaria y milenaria cultura y noble gente. De los más de cincuentas países donde he viajado a lo largo de mi vida siempre sentiré una genuina fascinación por Irán. Os dejo con un pensamiento que me dejó un amigo iraní para que penséis antes de juzgar a Irán que está saliendo tanto en las noticias últimamente. Me pareció la mejor manera de resumir la triste realidad de Irán. “Verás, mi amigo Reza, que las rosas de Persia son de un color intensamente rojo, pero no es por ningún capricho de la naturaleza sino porque están regadas con la sangre de nuestra gente de después de tantas invasiones.”