El blanco de un kimono fue mi color, el color de una vocación; el color de un deporte que ha marcado a una generación y cuando la vocación se convierte en llamada, inspira una vida… Mi familia ha sido un ejemplo de tesón, esfuerzo y dedicación; valores que marcaron profundamente una trayectoria literaria.
Carlos Calvo, mi tío, como judoka gaditano, es una autoridad internacionalmente reconocida y un importante referente en los tatamis y centros deportivos de todo el mundo. Su legado nos deja una profunda huella, una larga estela de integridad, de perseverancia, constancia y tenacidad; un derroche de fortaleza de la que solo hacen gala los auténticos judokas.
Y no estuvo solo.
Tuvo la ayuda de unos padres entregados, de Carlos y Lucía, de su hermana Paloma, mi madre; una de las primeras mujeres judokas de Andalucía. Conserva amigos de tatami, amigos de batallas. Amigos de siempre. Su dedicación me ha enseñado que el judo es algo más que una disciplina, el judo es una gran familia formada por los que amamos el arte marcial del equilibrio y la entereza. Por ello, la imagen de Carlos Calvo figurará en la historia del deporte como el hombre que viste de blanco por dentro y por fuera. El maestro, el «Sensei» español, el reflejo de una estrella que alumbra el judo desde el cielo; el brillo de ese ángel vestido de blanco; Raúl Calvo.
El lunes 27 de noviembre en el teatro del Títere de Cádiz, se celebrará una gala donde otorgarán a Carlos Calvo el premio, «Una vida dedicada al deporte». Un merecido galardón a un deportista, a un judoka; al hombre.
Carlos Calvo. Una vida. Un deporte.
Victoria Calvo