¡Qué buena artista! por Beatriz Galiano en Revista Cultural Blanco Sobre Negro

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Existen luces como perfumes. El aroma de cada persona resulta ser uno de los identificadores más poderosos de la personalidad, pero los que brillan con luz propia desprenden la esencia y la fragancia de su alma. Como ocurre con la gran y única Lina Morgan.

En una obra suya, ella se llamó Celeste, no por ser un color, sino una estrella central como el Sol. Fue la primera interpretación que vi de un personaje suyo cuando yo era pequeña, clave para que acabara siendo uno de mis planetas. 

La vedette, cómica, cantante y sobre todo actriz, María de los Ángeles López Segovia, nació en el seno de una familia modesta que vivía en el barrio de La Latina en Madrid. La reina de la carcajada, como la solían llamar -porque supo unir el talento con el humor- acabó comprando en su trayectoria el Teatro de La Latina con mucho esfuerzo, donde estrenó sus obras de teatro más conocidas: ‘Vaya par de gemelas’, ‘La noche de Lina’, ‘El último tranvía’, ‘Sí al amor’ y ‘Celeste no es un color’. 

Fue una trabajadora fuera de serie, amante de la vida y de su profesión, siempre acostumbrada a los focos pero nunca a la gente. Para que tengáis una idea del gran nivel que tenía en su trabajo, como es lógico al ser persona antes que artista, se agotaba de dar dos funciones diarias, pero decía que no aburrirse era decisivo para mantenerse en forma, y ella disfrutaba cada segundo que pasaba en escena. 

Conocí a esta estrella a través de la televisión con cuatro años. Me atrapó su luz incomparable. Me fascinó su habilidad para hacer reír, bueno, para hacerme reír sin parar, yo no me fijaba entonces en las reacciones de los demás, pero sí lo que me provocaban sus gestos y sus movimientos: algunos suaves, llenos de dulzura y mucha elegancia, pero otros eran tan particulares que la proclamaban de una manera inconfundible, como ese giro de piernas que parecían las agujas de un reloj marcando una hora exacta a toda velocidad; un sello personal. Y me sorprendía su agilidad mental para pronunciar tantas palabras en segundos, de tal manera que en vez de un guion pareciera una improvisación.

Lina citaba en ‘Celeste no es un color’: “Si alguno de ustedes me pide un favor, aquí estoy señores, siempre, con amor.” Recordando esta frase, llegó un momento de mi vida, en el 2013 con diecisiete años, en el que ya estaba harta de esperar. Esperar a que alguien me llevara a verla a su teatro, pero nadie hizo el poder cuando aún había oportunidad. Sin embargo, en ese año, hice un retrato de ella, e insistí sin parar para que me llevaran a Madrid, tomé por fin las riendas de mi ilusión. Lo planeé todo: fui a que me enmarcaran el cuadro e investigué en qué parte de la ciudad vivía. Me costó mucho, pero lo conseguí. Allí me presenté con el dibujo, pero ella había salido cuando llegué al bloque de pisos donde residía, y desgraciadamente, no tenía tiempo para esperarla, de nuevo el tiempo volvía a castigarme. Así que, le escribí una breve carta donde le contaba mi gran admiración desde niña y lo importante que era para mí; entre mis palabras también le hacía saber mi desánimo al no haber podido hacer nada para verla en una de sus obras de teatro. Después de todo, ya me sentía feliz de pensar que ella iba a conocer, al menos, quién era yo, todo lo que sentía en pocas palabras -nunca suficientes- y mi dibujo realizado con todo mi cariño. Aunque le pedí un favor. 

A la semana siguiente, ya en Sevilla, recibí una llamada… Inesperadamente, era ella, agradeciéndome lo que había hecho, dijo que me mandaría una carta y una foto dedicada. Ese detalle ya lo era todo, se cumplió el favor que tanto anhelaba. Y cuando llegó el sobre con la carta y la foto, no pude contenerme de la emoción.

Decidí en ese momento, que antes de viajar a cualquier sitio fuera de España, tenía que entrar en La Latina, para agradecerle su interés en regalarme un poquito de su alma, y sobre todo, porque allí me cabe el mundo entero. 

Y así fue, acudí a la cita gracias al amor de mi vida, queriendo deshacer el tiempo que había perdido esperando a que me llevaran a aquel templo lleno de butacas rojas para conocer personalmente a esta resplandeciente estrella celeste. Me encantó visualizar desde mi imaginación la escena de ‘Gracias por venir’ y escucharla con mis auriculares mientras permanecía sentada en uno de los asientos centrales al escenario; la sala la disfruté vacía y completamente llena de ella. Tal fue la impresión de los que me dejaron entrar al verme profundamente emocionada, que no dudaron en ofrecerme visitar el recorrido que hacía Lina antes de salir al escenario desde el camerino, y entré en los bastidores como si se tratara de un espacio sagrado.

Al salir, los dos le hicimos una promesa: cada vez que fuéramos a Madrid, iríamos a La Latina y le lanzaríamos un beso desde la entrada. 

Lina, dos años permaneciendo en el recuerdo de tus ojos. Estarás siempre en mi corazón. Gracias por venir.

Beatriz Galiano.

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